Los comienzos de Alejandro Magno

Su formación es exquisita, impartida por los mejores maestros: Leónidas, encargado de su educación física y Lánice, su institutriz y dama de confianza de su madre, para la poesía, sobre todo la épica. Alejandro crece queriendo emular a los héroes pero su padre le envía a la Academia de Mieza, con catorce años de edad ya que su destino no es ser poeta sino rey. Allí conoce al gran Aristóteles.

Con quince años acompaña a su madre a su destierro al comenzar su marido, Filipo, su nueva relación con Cleopatra, una aristócrata. Sin embargo, con 16 años, su padre le reclama y le acompaña desde entonces en las tareas de gobierno pero la relación entre padre e hijo es tormentosa, refugiándose en sus amigos más íntimos: Efestion y Clito.

Queronea, Año III de la 109 Olimpiada.

Una alianza griega se enfrenta a Macedonia. Es un día de Primavera y desde luego la sangre estaba alterada para los 70.000 contendientes. Al frente de las tropas macedonias, las mejores del momento, incluso superiores a los persas (y es más que probable que éstos lo supieran e incluso tuvieran espías en el campo de batalla analizando las tácticas macedonias) se encuentran el propio rey Filipo, su hijo Alejandro y el general más leal y experimentado de Filipo, Parmenio, que por entonces cuenta ya con 62 años; Filipo, 44 y Alejandro solo 18.

Las fuerzas griegas están descoordinadas. Para Alejandro fue el día en que adquirió verdaderamente su mayoría de edad luciéndose al frente de los hieratoi; desde entonces, sus caballeros le fueron tan leales que llegaron a considerarle un dios. Pero Alejandro se parecía más a su padre de lo que se ha dicho, sobre todo en su amor por las fiestas y el alcohol. La noche de la victoria, Filipo se burló de tal modo de los griegos que éstos, humillados, comenzaron a tramar contra él.

Pero lo cierto es que el asesinato de Filipo sigue siendo un misterio. Pudieron perpetrarlo los persas, pagando a Pausanias para matarle, al comprobar el creciente poder del rey de Macedonia. Imaginemos a los espías persas observando la batalla de Queronea, conocedores de un secreto que nadie podía siquiera intuir en Grecia: la debilidad persa. La verdad sobre el Imperio de Darío III es que sus estructuras se tambaleaban; tan solo les quedaba el nombre que seguía infundiendo respeto en todo el mundo antiguo. Pero si Filipo decidía liberar a las ciudades griegas de Asia Menor e incluso continuar hacia el interior de Persia, no podrían frenarle, después de ver lo acontecido en Queronea y el modo en que batallaron. Los persas no fueron enemigo importante para Alejandro como no lo habrían sido para Filipo.

Cuando Filipo murió, Alejandro continuó el sueño de su padre, por lo que muchos autores descartan que él fuera instigador del magnicidio ya que su campaña contra los persas estuvo rodeada de un aura de venganza y odio en todo momento o tal vez deseaba darle otro cariz y Filipo ya no estaba preparado para tan ambiciosa campaña.

En cambio Olimpia es una de las principales sospechosas, despechada por Filipo, si bien éste para aplacar los ánimos epirotas (su esposa procedía de Epiro) casó a su hija con su cuñado. Fue precisamente en los esponsales cuando mataron al rey.

Incluso pudieron ser los griegos, después de la humillación de Queronea. Filipo tenía muchos enemigos, tanto dentro como fuera de su propia casa.

La primera prueba de fuego de Alejandro como rey: la rebelión de las Ciudades-Estado griegas, pero antes había que quitar de en medio al molesto Átalo, tío de la segunda esposa de Filipo. Su influencia en vida de su suegro se había vuelto muy incómoda, además de sus constantes maniobras para destronarle por lo que Alejandro toma la decisión de acusarle de una vez por todas y ejecutarle.

La Corte ya no es problema por lo que el nuevo rey se dirige al Norte a combatir a las intransigentes tribus centroeuropeas que atosigan a la población con sus razzias, pero Alejandro encontró un enemigo formidable con muchos más soldados que los que componían su ejército; aún así les venció. La leyenda de Alejandro comienza.

Las Ciudades-Estado griegas se rebelan de nuevo pero en esta ocasión procuran ir más preparadas que un par de años antes en la batalla de Queronea en la que Filipo les humilló. Tebas encabeza la liga que se enfrenta a Macedonia; conocen a Alejandro y saben de su destreza a caballo y de sus dotes como líder y estratega pero creen que su juventud e inexperiencia juegan en su contra. Se equivocan y Alejandro les vence sin problemas.

Los griegos quedan asombrados del carisma de Alejandro. Lucha como uno más, al frente de su fabuloso ejército, la máquina militar más poderosa hasta ese momento y no superada hasta la aparición en la Historia de Julio César.

El ejército es profesional y permanente. No se alimenta de levas de campesinos, por muy adiestrados que puedan estar en un momento dado, como el resto de ciudades griegas.

La temible unidad macedonia conocida como syntagma, formada por 256 lanceros cuyas picas tenían seis metros de longitud, encuadradas en las falanges macedonias que contaban con más de 16.000 soldados fueron el terror del mundo conocido. Sencillamente eran invencibles. Contemplaban todas las posibles situaciones de combate con soluciones de movilidad para salir airosas de todas ellas. Solo las increíbles legiones romanas pudieron con ellas 200 años después, en la Batalla de Pidna, durante la III Guerra Macedónica.

Para proteger a las falanges, estaban los hipasvistas, lo que hoy conoceríamos como cuerpo de operaciones especiales debido a su agilidad técnica y soltura en el campo de batalla.

Las máquinas de asedio macedonias eran perfectas; nunca antes se había visto algo así. Los persas pensaban que no eran posibles cuando sus espías informaban a sus monarcas de lo que veían en Grecia, de lo que se preparaba allí y amenazaba con invadir Persia en cuestión de poco tiempo.

Además estaba el mejor servicio secreto del momento, en el que se inspirarían después los romanos: los bematisti.

Filipo modernizó la caballería hasta convertirla en un arma poderosa que solía romper las filas enemigas creando desconcierto en las mismas para el ataque definitivo de las falanges. Alejandro la perfeccionaría.

Alejandro, al frente de semejante ejército, no tan numeroso como el persa pero mucho más compacto, experimentado y técnicamente superior y siendo comandante supremo de la Liga Helénica, de la Liga de Corinto y de la Liga Tesalia y por lo tanto con toda Grecia apoyándole aunque con muchas reservas, cruza el Helesponto en 334 a.C. dispuesto a vengar la muerte de su padre pues piensa que su asesino fue pagado por Darío III, gran rey del impresionante Imperio Aqueménida. Sus generales le piden que reconsidere su decisión y que sea cauto. Los planes para atacar Persia eran realmente de Filipo y siempre planeó sobre Alejandro la sombra de su padre, por lo que él se veía obligado a ser aún más valiente y arrogante para que se le recordara como Alejandro el Grande, no como hijo de Filipo de Macedonia. Éste ya se había aventurado en Asia Menor para liberar a las ciudades griegas pero su asesinato paralizó la campaña. Ahora su hijo, al que consideraban inexperto en Grecia y del que se reían por verle demasiado joven al frente de un reino en expansión como Macedonia, augurando muchos su pronto final, asombraba a todos con su arrojo, callando todo tipo de rumores, venciendo a tracios e ilirios y destruyendo Tebas completamente. Alejandro sospechaba de todos por la muerte de su padre así que a todos los eliminó si bien en ocasiones se mostraba magnánimo. Pero ahora le llegaba el turno a Persia y con su rey no habría perdón ni contemplaciones pero la Historia es caprichosa y convertiría a Alejandro, el peor enemigo de Persia en ese momento, en su más arduo amante y defensor una vez conquistada.

En el año 334, tras la batalla del Gránico, primera victoria de Alejandro contra los persas, todo estaba preparado para el comienzo del mito de Alejandro Magno. Mientras tanto, Darío, en su palacio en si ir y venir entre Persépolis y Babilonia, temblaba ante lo que se le venía encima.

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