Egipto era Provincia del Imperio romano desde que en el año 30 a.C. el césar Octavio Augusto la incorporara tras su guerra con la reina Cleopatra VII Filopator y su compañero sentimental, el general romano Marco Antonio.
Cuatrocientos años después, Egipto seguía siendo provincia romana, bajo el mando de un praefectus. El Imperio romano estaba amenazado desde hacía un siglo y el emperador Constantino creyó que sería una buena idea unificar a todos los súbditos bajo una sola creencia que compactara al Imperio para hacerlo así más fuerte frente a sus enemigos, por lo que Roma decidió abrazar el cristianismo. Pero ésta era una religión burda y no demasiado consistente, por lo que el equipo que el emperador reunió para llevar a cabo la empresa ideó una serie de creencias basadas en mitos y leyendas sin base histórica, una simbiosis entre la mitología griega y romana con la oriental y el propio credo cristiano.
Pronto, una serie de sacerdotes y monjes cristianos se opusieron a tan descomunal farsa en la que Constantino pretendía convertir al cristianismo para adaptarlo a las necesidades espirituales de las legiones romanas. El líder de esos monjes se llamaba Arrio por lo que sus seguidores pasaron a denominarse arrianos.
Los sucesores de Constantino no estaban de acuerdo con el planteamiento religioso de su gran antecesor por lo que volvieron a la religión politeísta, pero Teodosio decidió retomar el plan de Constantino con la fuerza de la espada si era menester. Los antaño perseguidos pasaron a convertirse en perseguidores, olvidando sus tribulaciones pasadas y pretendiendo que aquellos que abrazaban una fe distinta a la suya se convirtieran en herejes y con ello declararles enemigos del Imperio. El nuevo emperador no quería disensiones internas si quería salir victorioso de sus enfrentamientos externos ya que no podía emplear a sus legiones en dos frentes, por lo que permitió que se realizara una pugna cruel contra los politeístas y cuantos no comulgaran con la nueva fe católica. Comienza para Occidente la Edad oscura del conocimiento y la ciencia, aquella en la que se silenció el saber antiguo, no permitiendo la Iglesia cristiana-católica su desarrollo y el acceso de la población a tan vasta cultura por miedo a que averiguaran que el catolicismo era tan solo un gran montaje urdido por emperadores romanos y obispos ávidos de poder.
Hipathia era hija del matemático y filósofo Teón de Alejandría. Se sabe que estudió las ciencias del momento puesto que llegó a ser directora de la Escuela Platónica de Alejandría a la edad de treinta años, donde impartía clases, precisamente, de matemáticas y filosofía, especializándose en neoplatonismo, dándole un toque personal al profundizar en las enseñanzas que los fundadores de ese movimiento filosófico nos dejaron, pero también entró en el punto de mira de los cristianos extremistas que se estaban haciendo con el control del Imperio. Para consuelo de los católicos actuales, sabemos igualmente que hubo cristianos de entonces que defendieron a Hipathia, a la que admiraban como Sinesio de Cirene.
Sinesio tenía la misma edad que Hipathia y sentía verdadera pasión por ella, como podemos entrever en sus cartas, calificándola de su maestra, madre y filósofa preferida. De vuelta a Cirene, se implicó personalmente en la defensa de las fronteras, ingeniando una nueva catapulta, más efectiva que las del momento, reforzando así mismo las murallas y fortalezas y en agradecimiento por los servicios prestados, el clero y el pueblo le eligieron como su obispo pero Sinesio lo rechazó, en principio, acabando por aceptarlo si le permitían seguir creyendo en sus ideas neoplatónicas aprendidas de mano de Hipathia. Se le permitiría también seguir casado, una prueba más de que tanto antes como ahora, el poder y el dinero permiten vulnerar las normas si ello va en beneficio de la Iglesia, la cual ha concedido siempre, a lo largo de la Historia, prerrogativas a quienes la favorecieran de algún modo o a los poderosos de cada momento.
De la gran obra de Sinesio destacamos sus cartas, siendo una de las destinatarias, precisamente, Hipathia de Alejandría.
Hipathia tenía otros defensores, como Orestes, el prefecto romano de Egipto, sin duda alguien a tener muy en cuenta ya que representaba al poder imperial pero el patriarca, Cirilo, que después sería elevado a los altares del santoral católico, no cesaba de conspirar para destruir la Escuela Platónica ya que pugnaba con los cristianos en conseguir adeptos, aunque en honor de la verdad habría que decir que quienes se sentían amenazados eran los líderes cristianos ya que sus argumentos doctrinales quedaban desarmados frente a la filosofía neoplatónica por lo que tramaron desde un principio el modo de acabar con Hipathia y sus correligionarios, aunque entre ellos hubiera también cristianos.
El padre de Hipathia fue el gran sabio Teón, quién comentó la obra de Ptolomeo “Almagesto” y también las de Euclides, siendo el último director de la Biblioteca de Alejandría hasta que fue destruida por una muchedumbre cristiana respaldada por el patriarca anterior a Cirilo y tío suyo, Teófilo. Se trató de uno de los grandes pecados de la Historia de la Humanidad, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, que realmente era la heredera de la verdadera Biblioteca, destruida el siglo anterior. La nueva Biblioteca se encontraa en el Serapeum, un templo antiquísimo que se había convertido en depositario de todo el saber clásico. Con el tiempo, los cristianos le echarían la culpa de la destrucción de la Biblioteca a los árabes, cuando al invadir Egipto, el califa Omar decidió quemarla, pero no hay nada que documente tal afirmación, en cambio sí se sabe que fue arrasada entre los siglos III y IV y en cualquier caso, si sobrevivieron ejemplares de algunas obras y los musulmanes las quemaron, esto no excusa a los cristianos de dos siglos antes por su detestable crimen además de que cuesta trabajo creer que los árabes fueran destructores al mismo tiempo que depositarios del saber clásico durante la Edad Media, mientras Europa permanecía en la oscuridad intelectual, promovida por la Iglesia ya que, independientemente de las persecuciones religiosas que también las hubo en territorio musulmán, los árabes no arremetieron contra el saber, conscientes de que les daba superioridad frente a sus bárbaros enemigos cristianos.
Imaginemos que unos locos fundamentalistas destruyeran la Biblioteca Vaticana. Todos nos quedaríamos horrorizados ya que en su interior hay verdaderas obras únicas; eso fue, ni más ni menos, lo que ocurrió en el siglo IV: unos extremistas cristianos destruyeron todo el saber de la época, a sabiendas de que entre sus paredes había obras de las que no existían más copias. No querían dejar rastro del saber clásico; desde ese momento, el único conocimiento que debía existir era el que ellos imponían.
El nombre Hipathia significa “la más grande” y sin duda Teón sintió verdadera admiración por su hija desde siempre y viceversa, lo que ayudó a Hipathia a conocer a los grandes sabios de la Antigüedad, incluidos los astrónomos ya que sentía devoción por la ciencia que estudiaba los astros.
Hipathia nunca se casó salvo con la cultura y la ciencia que estudiaba con tanto ahínco y eso que era conocida no solo por su elocuencia, que tanto encandilaba a propios y extraños, también por su belleza.
No se sabe a ciencia cierta quién encabezó la manifestación que mató, de modo brutal, a Hipathia o quién dio la orden, pero la sospecha general es que detrás de todo se encontraban el propio Cirilo de Alejandría y Pedro el Lector.
Podemos imaginarnos como era el tal Cirilo con episodios como la condena del nestorianismo.
Nestorio era el patriarca de Constantinopla y defendía que el Hijo de María no era Hijo de Dios sino que poseía una naturaleza dual, siendo el cuerpo portador del Logos-Dios pero no Dios mismo por lo que María no era madre de ningún Dios. En el Concilio de Éfeso de 431, Cirilo se las ingenió para comenzar el cónclave solo con sus partidarios, no esperando a los de Nestorio, por lo que el bando de Cirilo ganó la polémica, marchándose del seno de la Iglesia Nestorio y sus partidarios, entre ellos varios obispos.
En Alejandría se le tenía verdadero temor a Cirilo quién siempre iba acompañado de cientos de monjes siendo uno de los jefes de esta pseudo guardia personal Pedro el Lector, convirtiéndose esos monjes en unos verdaderos terroristas que amenazaban o agredían a todo el que no comulgara con las ideas de Cirilo.
Llegó un momento que el prefecto se cansó de los desmanes de estos criminales y arremetió contra ellos, sobre todo cuando recibió una pedrada de uno en particular al que mandó ejecutar pero al que Cirilo nombraría mártir de la Iglesia.
En marzo de 415, Pedro el Lector, al frente de estos monjes de Cirilo, asaltó el carro de Hipathia, protegida del prefecto, la desnudaron y la arrastraron, atada al carro, hasta la sede patriarcal, el templo conocido como Cinaron, donde la despellejaron utilizando como herramienta de tortura unas conchas marinas, dejando que se desangrara hasta su muerte, tras la cual la quemarían, esparciendo sus restos. Los monjes pertenecían al templo de Cirilo de Jerusalén pero este Cirilo no era el patriarca de Alejandría; curiosa coincidencia, tal vez aprovechada por el patriarca para darse aún más importancia, aunque el otro Cirilo, el de Jerusalén, conoció bien al tío del Cirilo de Alejandría, defendiendo ambos la naturaleza divina de Jesucristo frente al arrianismo. La diferencia estribaba en que Cirilo de Jerusalén, al contrario que su homónimo alejandrino, era un hombre tranquilo que, por lo general, huía de la polémica.
La Iglesia quiso silenciar el horrible crimen como hizo con muchos otros, hasta que el Movimiento de la Ilustración recuperó la figura de Hipathia como ejemplo de cómo debía ser una defensora e impulsora del saber frente al fundamentalismo, algo a lo que los ilustrados se enfrentaron también en el siglo XVIII, convirtiéndose Hipathia en uno de sus referentes y en toda una heroína. Con respecto a Cirilo, sería nombrado santo y doctor de la Iglesia, venerado durante siglos en base a la ignorancia en la que Iglesia gustaba mantener a sus fieles para así tenerles más dóciles. Pero el suceso fue recogido por Juan de Nikio, un obispo egipcio del siglo VII.
Al parecer, cuando el prefecto romano se enteró de lo sucedido enloqueció de furia ya que era amigo personal de Hipathia y todo un admirador, por lo que ordenó una investigación pero la lógica falta de personas que testificaran el crimen (evidentemente había un gran temor a correr la misma suerte que Hipathia), impidió ejecutar a sus autores e incluso Cirilo, ante la presión del prefecto Orestes, llegó a decir que Hipathia estaba viva pero que se había marchado a Grecia. El propio Orestes huyó debido a las maquinaciones de Cirilo.
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Adolfo Estévez
Etiquetas: Historia de la Antigüedad
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